
Dejé de escribir según la teoría cuando me gradué en la universidad. Intento escribir desde el corazón de la experiencia esas cuestiones que nos unen a todos como humanidad. Y es que la historia de fondo siempre es la misma. Todos queremos amor. A todos nos duele el rechazo. Son los básicos humanos y me animaría a decir que nos traspasan como especie, incluyendo a cualquier ser de energía que por lo menos habite este planeta. Empecé desde muy joven a trabajar en los espacios clínicos con la idea de despatologizar aquello que había aprendido a patologizar, a clasificar, a encajar. Mi horizonte sin darme cuenta en ese momento era holístico cuando lo holístico no se atrevía a decir su nombre en el mundo académico de veintitantos años atrás. Hace poco, bien poco, entendí algo fundamental en el espacio psicoterapéutico, que aunque parezca de perogrullo, no lo es tanto. Escuché muchas veces que para transformarse hay que tener ganas. Y es verdad. Pero aún hay algo más que se impone. Para transformarse hay que estar verdaderamente harto de uno mismo. Harto de sus propias trampas. Harto de la vida de mentira que uno lleva. Harto de hacer como si nada sucediera en el medio del infierno. Harto del infierno. Harto de estar harto. Sólo en ese límite de lo último, de lo inadmisible, al borde del abismo, aparecen las ganas. Esas ganas de comprometerse con el propio proceso de concientización. Ganas de ver con integridad todas las mentiras que uno se engulló al estilo de ‘el lunes empiezo la dieta’. O ‘Me encantaría hacer ese viaje’. Lo dicho por decir sin real compromiso, ni integridad. Estar harto también aplica a eso. A comenzar a hacerse cargo de todas las mentiras. De no hacerse el alumno Plus Ultra ni el políticamente correcto, porque de eso también estamos hartos. De jugar personajes, de hacernos los Buenos o los Malos. Dejar de hacernos a secas, para empezar a ser. Dejar de hacerse es rendirse ante un plano que nos excede. Es deponer el ego y declarar que solos no podemos. Es comenzar a tomar consciencia de la vulnerabilidad que nos constituye y a la cual siempre hemos gambeteado o incluso negado. Cuando somos conscientes de eso ocurre la rendición, que no es derrota sino el comienzo de la gran victoria. Es el inicio del ser-uno-mismo.Por ello hartarse es patear el tablero pero no de afuera, sino de adentro. De todo lo que uno se obliga a hacer sin ser, sin alma, sin espíritu. Luego así vendrán otros tableros o te darás cuenta que ya no hace falta. Que el propio universo personal se ordena solo, cuando uno comienza a ser orgánico para con uno mismo. El punto de partida más maravilloso para comenzar un proceso terapéutico de concienciación es el hartazgo. Es vulnerabilidad. Es entrega. Es tirar la toalla para que empiece la verdadera danza de la vida con uno mismo y para uno mismo. Es emprender ese camino que ya no tiene vuelta atrás.
