La adicción a la zanahoria

La sociedad en la cual vivimos nos adiestra constantemente. El sistema, sea cual fuere, supo sacar partido rápidamente de dos vulnerabilidades constitutivas: la necesidad y el miedo. Siempre enlazadas, difícilmente podamos ver a una sin el otro y viceversa. Los seres humanos nacemos prematuramente, o ¿Cómo crees que podríamos sobrevivir sin ayuda de la tribu? Necesitamos de la sociedad a lo largo de toda nuestra vida y el sistema sin duda lo explota, por ejemplo, fomentando sistemas de creencias tendientes al empobrecimiento de nuestra vida interna y sobrecarga de nuestra vida externa. Somos constantemente bombardeados por necesidades reales o inventadas, que aumentan cada vez mas nuestra necesidad de inmediata satisfacción. Los tiempos de la tecnología nos han vuelto menos pacientes y más apresurados en la búsqueda de satisfacción y deseo. Nos hemos vuelto una sociedad capaz de sostener relaciones que «consumimos» y descartamos como objetos. Todo pasa a ser un bien de consumo. Pero ¿Qué hay detrás de todo comportamiento compulsivo? Una adicción química y corporal. Nuestro cerebro segrega sustancias químicas, llamadas hormonas, como la adrenalina, la noradrenalina, la endorfina y el cortisol. Estas sustancias se liberan en nuestro cuerpo disparadas por instancias, que sean reales o imaginarias, no son parte de nuestro ser. Sostener una vida de constante búsqueda y satisfacción nos deja en un cuadro donde el consumo y descarte veloz se vuelve hábito. Y un hábito genera en el cuerpo respuestas automáticas.Ya no seremos conscientes de nuestras conductas porque ya existe todo un andamiaje facilitado fisiológicamente que nos impele a la satisfacción. Y lo que empezó como un comportamiento aislado se transforma en una serie de hábitos que terminan generando un círculo vicioso. A más acciones similares, más quimica como correlato y a más química, más acciones. Si se están imaginando un hamster en su rueda pueden estar seguros que es una buena metáfora. Nos hemos culturizado en la adicción. Cuando decimos adicción podemos pensar en la comida, las drogas legales o ilegales, trabajo, relaciones personales.

Pensamos inmediatamente en situaciones u objetos que involucran el exterior. No se distraigan, ellos son sólo un reflejo de nuestra necesidad interna. He aquí el truco. El hambre es interna y tratamos de llenarla como podemos y con lo que podemos del exterior.

La mente humana está obsesionada con el sufrimiento, a través del virus del juicio y la comparación. Así es como funciona nuestra mente y como el cerebro la acompaña con su correlato químico, se crea una suerte de adicción a la sustancias que genera el sufrimiento mental o psicológico. ¿Y si pensamos la adicción como una a-dicción, como falta de voz, una cesión del poder de la palabra? ¿Qué hay en esa conducta tendiente a la compulsión, repetición y automatismo que no deja hablar al ser? ¿Ante qué nos quedamos sin palabras? ¿Qué se está acallando de manera consciente o insconsciente de nuestra genuina naturaleza?

No estoy hablando solo de palabras. Estoy hablando de la energía de esas palabras. Decidimos entregar el poder de la palabra, cuando por primera vez, ponemos por delante al personaje callando nuestro Ser. Ese silencio es sellado con una posterior acción gratificante. Por ejemplo, tengo que ir el lunes al trabajo que detesto pero en el camino me como un chocolate. El Ser pide a gritos el telegrama de renuncia, el personaje tiene miedo de no poder pagar las cuentas. El chocolate es el premio consuelo que viene aliviar la amargura de sentir que nos hemos fallado. Ese alivio tiene un correlato bioquímico. Como toda acción eficaz la vamos sosteniendo en el tiempo. Mientras nuestro cuerpo se va haciendo adicto a la química del alivio.

Lo no dicho, o la verdadera naturaleza repudiada, tendrá su contracara de alivio. Mejor no hablar de ciertas cosas. El dulce sopor del sueño que apaga todas las angustias del día.

Adormercidos, real o metafóricamente, vivimos en una carrera que no lleva a ninguna parte, como yonkies desesperados por esa momentánea sensación de alivio a la tensión de no ser aquello que en naturaleza somos.

La adicción toma entonces el lugar de lo no dicho, aquello que al Ser se le está vedado expresar.

La adicción es el árbol que tapa el bosque. Nuestra conducta adictiva es la punta de un ovillo desmadejado que conduce a todos los momentos que hemos deshonrado nuestro Ser, que hemos acallado nuestra integridad y nuestra coherencia interna.

La historia del ser humano sobre esta tierra nos da cuenta de una mente/cerebro entrenados para sobrevivir.

Esto nos indica algo muy interesante: mente y cerebro son entrenables. Por lo tanto si deseamos tener una vida donde la supervivencia no sea la única meta de todos los días tenemos que desaprender esos hábitos nocivos que adictivamente realizamos sin consciencia. Es posible volver a conectar desde la manifestación energética de aquello que en verdad somos y que no se puede acallar sin enfrentar graves consecuencias para nuestra salud y calidad de vida.

Sabiéndonos la calma no habrá necesidad de ir buscarla frenéticamente quién-sabe-dónde.

Es posible vivir en vez de sobrevivir, pero además creo que es sumamente imperioso hacerlo en los tiempos que corren quién -sabe-dónde.

Nos merecemos como humanidad potenciarnos y potenciar al mundo a través de nuestro más maravilloso y despreciado tesoro: la consciencia, nuestro destino olvidado.

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