EL TRAUMA Y SUS HUELLAS INVISIBLES 

Cómo las heridas emocionales no resueltas moldean tu sistema nervioso

¿Sabías que el trauma se almacena en el cuerpo? Las huellas del trauma no son metáforas. Son marcas fisiológicas talladas en tu sistema nervioso. El dolor no resuelto no vive en el pasado: se infiltra en tu presente, condicionando cómo piensas, cómo amas y cómo habitas el mundo. Entender estas huellas es el primer paso para transformarlas. 

Las huellas del trauma no son metáforas. Son marcas fisiológicas talladas en tu sistema nervioso: un corazón que late como si el peligro acechara, una espalda que se curva para protegerse de golpes imaginarios, una voz que se apaga ante conflictos. Este dolor no resuelto no vive en el pasado: se infiltra en tu presente, condicionando cómo piensas, cómo amas y cómo habitas el mundo. Entender estas huellas es el primer paso para transformarlas. 

El trauma no es solo un recuerdo doloroso alojado en la mente, sino una experiencia que se incrusta en el cuerpo, altera nuestra fisiología y distorsiona nuestra percepción del mundo. Para comprender su impacto, es necesario explorar cómo el sistema nervioso —ese gran arquitecto de la seguridad y la conexión— organiza nuestras respuestas ante la amenaza, y cómo, cuando falla en resetearse, quedamos atrapados en patrones de supervivencia que condicionan todo lo que somos. 

El sistema nervioso: un guardián que aprende del peligro

Nuestro cuerpo posee un sistema de detección de amenazas sofisticado y ancestral. Cuando enfrentamos peligro (real o percibido), despliega respuestas automáticas: aceleración del corazón, hipervigilancia, paralización o colapso.

El problema surge cuando, tras una experiencia abrumadora, el sistema nervioso no logra resetearse. En lugar de distinguir entre pasado y presente, queda atrapado en un bucle de supervivencia: un tono de voz, un olor o una mirada neutra pueden desencadenar respuestas desproporcionadas —ira explosiva, miedo desproporcionado o colapso— como si el peligro original siguiera aquí. 

El trauma no es el recuerdo de lo que ocurrió, sino el bucle fisiológico que lo revive.

El cuerpo que no olvida: señales de un trauma no resuelto

Las consecuencias no se limitan a lo psicológico. A nivel fisiológico, el estrés crónico puede manifestarse como fatiga inexplicable, dolores crónicos, problemas digestivos o incluso enfermedades autoinmunes. El cerebro también se reconfigura: áreas vinculadas al miedo (como la amígdala) se hiperactivan, mientras que las responsables de la regulación emocional (como la corteza prefrontal) pierden influencia. El resultado es una desconexión entre sentir y comprender: la persona sabe que «no debería» reaccionar así, pero su cuerpo no obedece. 

Romper el bucle exige algo más que fuerza de voluntad: requiere experiencias correctivas que le demuestren al cuerpo que el peligro ya pasó.

En las relaciones, este desajuste se traduce en dificultad para confiar, tendencia al aislamiento o, por el contrario, dependencia extrema. La mirada sobre el mundo se tiñe de desconfianza («nadie es seguro») o de impotencia («no tengo control»). Incluso la capacidad de experimentar placer o curiosidad puede quedar mermada, porque el sistema nervioso, atascado en modos de defensa, prioriza la supervivencia sobre la conexión. 

Lo crucial es que estas respuestas no son elecciones, sino ecos biológicos de lo que alguna vez fue necesario. El cuerpo, en su afán de mantenernos libres de peligro, repite lo que aprendió. 

Sanar: reconfigurar el sistema de seguridad interna

La buena noticia es que el sistema nervioso es plástico. A través de experiencias repetidas de seguridad, como una relación terapéutica que facilite la co-regulación y sume prácticas somáticas, es posible «reeducar» al cuerpo. Se trata de demostrarle, lentamente, que el peligro ya pasó, y que existen recursos internos y externos para enfrentar el estrés sin colapsar o desconectarse. 

El trauma no es una condena, sino una herida que exige ser reconocida. Solo cuando el cuerpo aprende, de nuevo, a sentirse seguro, la mirada sobre el mundo —y sobre uno mismo— puede cambiar. 


En nuestros espacios de Psicoterapia Integral y Coaching Transpersonal, podemos acompañarte en el proceso de desarrollar tus recursos internos. Estamos aquí para caminar ese proceso con vos.

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