EL EMPLEO DEL TIEMPO
¿Alguna vez te has preguntado dónde vas tan rápido? ¿A dónde estás intentando llegar? ¿Qué lugar está tan lejos, que nunca logras alcanzar? ¿Qué has hecho tan significativo en el futuro que siempre estás ausente del presente proyectándote constantemente hacia adelante?
Tenemos una agenda apretada de cosas por hacer. No hay tiempo para nada, pero eso sí, siempre nos hacemos tiempo para todo y todos, excepto para nosotros mismos. ¿Cuándo fue la última vez que sentiste la alegría de estar con vos mismo en el silencio?
He notado dos cuestiones en mi práctica profesional como Psicóloga en estos últimos años: la primera, una fuerte recomendación de la ciencia hegemónica de los beneficios de la milenaria meditación, advenimiento que celebro, aun en su rezago; la segunda, que muchisima gente encuentra imposible el tomarse un tiempo para hacerlo.
Mirar de reojo al reloj para ver cuánto falta no es meditar, es cumplir con la apretada agenda que indica meditar como prescripción.
La meditación forma parte de un atiborrado grupo de técnicas que las hacemos en «como sí».
Desde Ser Ilimitado siempre hemos puesto el hincapié en la encarnadura de la técnica. No importa que técnica hagas, elegí la que más te expanda, pero encarnala, profundizala, sé la herramienta que transforme tu vida.
La postmodernidad nos trajo un banquete de técnicas y recetas para recobrar el bienestar míticamente perdido. Refritos y novedades, nos convocan a la importancia del mantenernos fuera de las trampas mentales, de adentrarnos más allá de la superficie. Lo que en realidad hacemos dista mucho de esto. Como humanos sin bitácora nos perdemos en la infinidad de técnicas que ofrece el mercado de «lo holístico» y hacemos todas las que podemos, un ratito, por las dudas sea esa la técnica donde voy a lograr la salvación.
Alcanzar el bienestar se transforma en una carrera de bienes de consumo.Desconectados de nuestro Ser, intentamos compulsivamente abarcarlo todo, sin llegar a profundizar verdaderamente nada. Comer sin degustar. Dormir sin descansar. Comprar sin disfrutar. Trabajar hasta olvidar para qué queremos tener dinero. Hablar sin parar. Todo se resuelve en la misma fórmula: tapar el vacío de encontrarnos a solas con nosotros mismos. Cuando nos sentimos desconectados de nosotros, el silencio nos aturde tanto que precisa ser tapado con ruido. Ruido que nos distraiga del presente. Ruido que nos disfrace las faltas que pensamos tener. Terror de encontrarnos con nuestro ser relatado (ese impostor flojo de papeles que hemos coronado como sí mismo) que danza con fantasmagoría de personajes traumatizados y traumatizantes.
Todo se resuelve en una fórmula: tapar el vacío de encontrarnos a solas con nosotros mismos.
Compulsión y velocidad son dos de los más grandes obstáculos del éxito de cualquier búsqueda de bienestar. Buscar la felicidad compulsivamente desde el consumo es obturar la potencia que somos cuando estamos a solas en la paz del presente. La velocidad toma impulso en una seguidilla interminable de cosas que nos da la ilusión de sentirnos momentáneamente ligeros. Una dosis de efímera alegría, que nos lanza a por más hambre.
La velocidad nos da esa irreal sensación de ligereza. La fisica clásica sin embargo nos cuenta que en la velocidad el peso de las cosas se multiplica. Por eso los accidentes son muchísimo mas peligrosos a alta velocidad. La vida a mil nos potencia la inercia y la frustración internas. Una vorágine externa de la que somos convidados de piedra. Intermediarios entre la vida y la muerte. Marionetas. No sintiéndonos dueños de nuestros movimientos. Siendo movidos por un vértigo ajeno. Desprendidos de nosotros mismos.Volver a ese nosotros es la clave. Dejar de buscar afuera, para empezar a encontrar dentro eso que somos en esencia, sin necesidad de adorno: Conócete a ti mismo, reconociéndonos en la paz, la gratitud, la felicidad, el amor que somos y que no es efecto de causas externas a nosotros mismos. Sin porqués. Sin agendas.
