
El cuento que te cuento no es verdad si tu no quieres. Es sólo un cuento. Como el de la Cenicienta o el de Blancanieves. No tiene moralejas, porque no es una fábula, pero no está libre de fabulaciones.
En el cuento que yo te cuento habrá un héroe o heroína o heroíne no binarie, no dispuestos a ver su destino como tales. Nacerán en familias que no importa como sean, vendrán cargadas de relatos, como el cuento que te cuento. Más pronto que tarde nuestros protagonistas encontrarán la manera de no disgustar al resto. Aprenderán tan rápido como a hablar, a callar. Y tan prestos van a aprender a andar como a quedarse muy quietitos. Creerán en el espejo brújula de los gestos de sus mayores, que precozmente les instarán a escindirse de sí mismos. Todos los rasgos reprobados pasarán al Apéndice del Tomo I de «Conductas aborrecibles y deleznables (que nadie que merezca ser querido deberá tener).» Y por segundos de diferencia, aprenderán primero a juzgarse que a juzgar a los demás.
Nuestros héroes que aún no se reconocen héroes, amarán a su familia y dirán sentirse amados por los suyos, pero nunca dirán que esas relaciones de amor dependen de algunas mínimas condiciones. Un amor finito, tan finito como el hilo que se corta a poco de tironearlo un par de veces. Un amor condicionado a las reglas de lo correcto e incorrecto. Un amor sujeto a juicio previo. ¡Que todo amor tiene sus límites, obvio! A poco de estrenados nuestros queridos protagonistas ya estarán entrenados en todos los deberes de ser esto y aquello, y en los que ‘»ni se te ocurra aquello otro». Al que no encaje, guadaña. Ya lo saben. Que las guadañas saben normalizar enseguida al que no encaje. No vayan ustedes a perder la cabeza por soñar despiertos.
Nuestros héroes encajados, crecerán y pensarán (serán pensados) que para alcanzar la felicidad sólo tienen que seguir haciendo las cosas como se deben. Y a poco de deber tanto, mas de uno se empezará a dar cuenta, con mucha suerte, y después de haber hecho lo que se debía durante buena parte de su vida, que la cuenta de lo que deben está permanentemente en números rojos. Entonces las expectativas de nuestros héroes se harán trizas contra la frustración. Y aprenderán a odiar las mentiras de sus padres en el psicoanalista. ¿Pero quién empezó con la primera mentira? Y como en el Gran Bonete, ¿Yo señor? No Señor, la mentira se contagia y se disfraza nuevamente. Llenando el refrigerador. Yendo al caribe. Comprando un coche nuevo. Cada quien con sus posibilidades de engaño de acuerdo a su bolsillo.
El epitafio dirá: Aquí yace un héroe que nunca se atrevió a serlo. Donde el destino se cansó de buscarlo, la muerte lo alcanzó sin el coraje siquiera de correr.
No se infarten. Es un cuento. Que no tiemblen las instituciones. Que no truenen de insomnio las almohadas. Que todo lo dicho aquí es producto de elucubraciones vanas en época de cuarentena.

