El trauma infantil te enseñó que expresar tus necesidades era peligroso. Hoy, como adulto, podés reescribir ese guión de vida.
Si decir ‘sí’ cuando querés decir ‘no’ te agota, no es falta de carácter: es una herida de tu infancia que sigue activa. Porque, aunque hoy ya no estés en peligro, tu sistema nervioso sigue creyendo que poner límites es riesgoso.
¿Alguna vez sentiste ese nudo en la garganta cuando alguien te pide algo y, aunque cada fibra de tu cuerpo grita «¡No quiero!», terminás asintiendo con la cabeza? No es falta de carácter. Es una huella imborrable de tu infancia, de esos momentos en los que callar tus necesidades era la única forma de sentirte seguro/a o recibir una migaja de atención.
Tal vez tus padres estaban ausentes emocionalmente, siempre demasiado ocupados o enfrascados en sus propios problemas. O quizás, cuando intentaste expresar lo que sentías, te encontraste con un muro de indiferencia o, peor aún, con un «No exagerés» o «Dejá de llorar». Aprendiste que ocupar espacio era peligroso, que ser querido/a dependía de ser «fácil», de no molestar, de no pedir.
Hoy, aunque ya seas adulto/a, ese mecanismo sigue ahí: decís «sí» a jefes abusivos, a amigos que solo aparecen cuando necesitan algo, a parejas que no retribuyen. No por debilidad, sino porque tu sistema nervioso todavía cree que decir «no» significa perder el amor o desatar un conflicto.
Decir ‘sí’ cuando tu cuerpo grita ‘no’ no es falta de voluntad: es la voz de ese niño/a que aprendió que callar era el precio para ser querido. Hoy, aunque ya no estés en peligro, tu sistema nervioso sigue creyendo que ocupar espacio es riesgoso.
Cuando el silencio fue tu mejor armadura
Imaginate a vos mismo/a a los 6 años. Estás en la cena familiar, emocionado/a por contar cómo te fue en la escuela. Pero tu padre está distraído con el teléfono y tu madre, agotada, solo murmura «Ahora no, después». Intentás una y otra vez, hasta que aprendés la lección: tus palabras no importan. O peor: molestan.
O tal vez el mensaje fue más directo: «Los niños buenos no se quejan», «¿Otra vez llorando? Qué exagerado/a». Con el tiempo, el silencio fue tu refugio. Callaste para no ser un estorbo, para no sentir el dolor del rechazo, para que tus padres —en su limitación— al menos no te ignoraran por completo.
El problema es que ese niño/a herido/a sigue gobernando tus decisiones adultas:
- Decís «sí» a esa reunión en el trabajo que te agota, porque temés que si decís «no», te verán como «el/la flojo/a».
- Aguantás comentarios hirientes de tu pareja, porque el conflicto te aterra más que el resentimiento.
- Te convencés de que «no es para tanto», minimizás tus propias necesidades, como hiciste durante años para no desmoronarte.
3 Señales de que tu «sí automático» es una herida de la infancia
No es solo que cueste poner límites. Es que ni siquiera sabés qué necesitás, porque desconectaste de vos mismo/a para sobrevivir. Fijate si te suenan alguna de estas señales:
Sos un/a experto/a en detectar lo que otros necesitan (pero te cuesta nombrar lo que vos querés).
Te sentís culpable por cosas que no son tu responsabilidad (ej: «Si mi amigo está triste, debo animarlo, aunque yo esté peor»).
El conflicto te paraliza: Preferís tragarte el enojo antes que decir «Esto no me gusta».
Tenés fantasías de escape (ej: soñás con desaparecer a una isla desierta), porque es más fácil imaginarte lejos que poner límites.
Los 3 pasos para empezar a sanar (de verdad)
PASO 1: Reconocé a tu «niño/a callado/a»
La próxima vez que sientas ese «sí» que te quema por dentro, hacé una pausa. Cerra los ojos y preguntate:
- «¿Cuántos años tengo en este momento?» (A menudo, esa sensación de impotencia es una memoria corporal de tu infancia).
- «¿Qué necesitaba ese niño/a que no recibió?» (Ej: «Que alguien me preguntara cómo estaba»).
Ejercicio práctico: Mirá una foto tuya de pequeñx y escribile una carta diciéndole: «Veo lo que pasaste. No fue tu culpa. Ahora estoy aquí para cuidarte».
PASO 2: Reentrená tu cuerpo
Tu sistema nervioso está programado para creer que decir «no» es peligroso. Hay que demostrarle lo contrario con acciones pequeñas:
- Práctica segura: Empezá con límites bajos. Ej: En un café, si te traen el pedido equivocado, decí «Disculpe, esto no es lo que pedí» (aunque por dentro temblés).
- Postura corporal: Cuando vayas a decir «no», apoyá los pies firmes en el suelo y sentí el respaldo de la silla. Recordá: «Ahora soy adulto/a. Nadie puede castigarme por expresarme».
PASO 3: Construí un nuevo diálogo interno
Esa voz que te dice «Sos egoísta» cuando ponés un límite no es tuya: es el eco de quienes no supieron escucharte. Contraprogramala con:
- «Tener necesidades no me hace demandante. Me hace humano/a».
- «Si alguien se enoja por mi límite, es su problema, no mi culpa».
Sanar no es volverse ‘egoísta’. Es devolverle a tu niño interno lo que nunca recibió: el permiso de tener necesidades. Cada ‘no’ que decís hoy es un ‘sí’ a esa parte tuya que durante años vivió en silencio. Y aunque al principio la culpa golpee fuerte, recordá: no estás rompiendo vínculos. Estás construyendo uno nuevo… con vos mismo/a.
Un último mensaje para vos (sí, para vos)
Si leés esto y sentís un peso en el pecho, es porque reconocés esa parte callada en vos. Pero hoy ya no sos ese niño/a que depende del amor de otros para sobrevivir. Hoy podés aprender algo radical: decir «no» también es un acto de amor. Amor hacia vos mismo/a.
Y si la culpa te aplasta, recordá: no estás abandonando a los demás. Estás dejando de abandonarte a vos mismo/a.
Si necesitás ayuda para emprender este camino, estamos acá para acompañarte desde nuestros espacios Psicoterapia Integral y Coaching Transpersonal.
